Si bien la inflación viene disminuyendo a ritmo sostenido, ante la caída de las ventas generada por un contexto recesivo, se acentúa la necesidad de incrementar la eficiencia operativa y trazar estrategias eficaces para mantener la competitividad alcanzada y no perder posicionamiento.
La economía argentina atraviesa un momento clave. Lejos quedó el 25,5% de inflación registrado en diciembre último, como herencia del gobierno anterior. A partir se allí, se evidenció un progresivo retroceso del índice de precios al consumidor, que alcanzó su pico más bajo en octubre, con un 2,7%.
Como contrapartida, el ajuste realizado derivó en un panorama recesivo, que provocó una caída del consumo. Según el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central, el PBI local registrará una caída de 3,7% en 2024.
A esto se sumó el hecho de que los servicios básicos registraron importantes incrementos, lo que generó una menor disponibilidad de dinero para gastar en alimentos y productos no imprescindibles.
Las ventas en supermercados y autoservicios cayeron más de 20% en octubre, aunque esos datos deben ser relativizados, dado que se ven influenciados por la alta base de comparación que dejó el gobierno anterior, que en el período preelectoral adoptó medidas destinadas a fomentar artificialmente el consumo.
Si se deja de lado la comparación con el año pasado, desde el mes de abril de este año, las ventas de consumo masivo evidencian cierta estabilidad, que podría ser definida como un estancamiento.
En definitiva, así como el sector de consumo masivo fue el que más tardó en verse afectado por la crisis (durante todo el año pasado registró leves incrementos, e incluso el 2023 cerró con un balance positivo), también será el que más lentamente se recupere.
(Puede continuar leyendo esta nota en la Edición Digital de Revista Punto de Venta N° 345).